viernes, 31 de octubre de 2014

El cementerio carmelita del Ex convento de San Angel, ciudad de México.

    Por este Bable nuestro de todos los días uno de los temas recurrentes no sólo en estos días próximos a la festividad de Muertos, sino todo el año lo son los panteones. Esta costumbre de visitar los cementerios la desarrollé con intensidad debido a que en mi niñez acompañaba, religiosamente, cada domingo a mi padre pues él rendía una enorme veneración a sus muertos, no en la tradición de altares, la cual en aquella época aun no se usaba por esa zona del Bajío. Lo que él hacía era, cada domingo, limpiar, lavar y decorar la tumba de sus padres, mis abuelos. Las flores eran, regularmente dos mazos de gladiolas rojas, yo era solo espectador, me sentaba una tumba próxima y lo veía en su afán de dejar limpio el lugar en donde descansaba tanto su madre como su padre. Consecuentemente, el visitar el panteón era cosa habitual, y el hacerlo ahora, por los rumbos en donde me encuentre se vuelve un recorrido en lugares de mucho silencio, en ocasiones de mucho colorido y en reflexiones de eso que (creo) a todos nos atormenta: la muerte.

   Andamos ahora por el rumbo sur de la ciudad de México, esta vez decido no sólo recorrer el centro histórico, sino alejarme un poco de él, siempre en busca de recintos religiosos, sitios en los que tenemos la garantía de que estarán llenos de arte. Llegamos a San Ángel y visitamos el afamado ex convento carmelita que dedicado precisamente a San Ángel en 1613, el convento, colegio e iglesia crecería, se enriquecería con pinturas, esculturas, es decir, "santos de pincel" y "de bulto" y vendrían una y otra y otra más de las secularizaciones que las órdenes religiosas sufrieron a lo largo de la etapa virreinal y más aun en la Reforma. 

   En todo convento novohoispano siempre había un panteón, y en éste lo que encontramos es uno justo debajo del templo, cuyo acceso es a través del ahora ex convento. Durante mucho tiempo se mantuvo en secreto, mejor dicho, nadie sabía de su existencia, hasta que en plena Revolución de 1910, en una de las entradas de las tropas zapatistas a la ciudad de México, acantonados en San Ángel y buscando... "tesoros", dieron con él. Se dice que las momias que allí se encontraron tienen 300 años de antigüedad, se desconoce sus nombres y si eran carmelitas o personas que gozaron del privilegio de ser enterrados allí por haber sido benefactores del convento y, como era costumbre entonces, pedían que sus cuerpos fueran vestido con el hábito carmelita.

    En la actualidad esta parte del convento es la que mayor número de visitantes recibe, atraídos siempre por el morbo que levantan los cuerpos momificados. Pero hay más cosas que ver en el Convento Carmelita de San Angel, en la zona sur de la ciudad de México, esto que ahora vemos es debido a que estamos ya en la víspera del Día de los Fieles Difuntos. 


  ¡Retírense, retírense, salgan de aquí, no toquen nada impuro! ¡Salgan de en medio de ella, purifíquense, los que llevan los vasos del Señor! Porque no saldrán apresuradamente ni partirán como fugitivos, ya que al frente de ustedes irá el Señor, y en la retaguardia, el Dios de Israel. (Is. 52:11-12)

   Quam pulchri super montes pedes annuntiantis et prædicantis pacem; annuntiantis bonum, prædicantis salutem, dicentis Sion: Regnabit Deus tuus! Vox speculatorum tuorum: levaverunt vocem, simul laudabunt, quia oculo ad oculum videbunt cum converterit Dominus Sion. Gaudete, et laudate simul, deserta Jerusalem, quia consolatus est Dominus populum suum; redemit Jerusalem. Paravit Dominus brachium sanctum suum in oculis omnium gentium; et videbunt omnes fines terræ salutare Dei nostri. Recedite, recedite; exite inde, pollutum nolite tangere; exite de medio ejus; mundamini, qui fertis vasa Domini. Quoniam non in tumultu exibitis, nec in fuga properabitis; præcedet enim vos Dominus, et congregabit vos Deus Israël. (Isaias 52: 8-13)

















jueves, 30 de octubre de 2014

Presencia de la Muerte en el Museo Nacional de Antropología.

    Dice el México creo en ti, en una de sus estrofas, aquello de que en un volado se juega a veces con la vida y a veces con la muerte, refiriéndose a la tirada de una moneda al aire. Al salir a la calle de cualquier pueblo o ciudad en México la presencia de la muerte allí esta. No lo digo por la situación que en la actualidad se vive, esa pérdida de valores en que estamos inmersos, esa ingobernabilidad; lo digo porque en casos más específicos, como entrar al Museo Nacional de Antropología, el cual este año de 2014 cumplió sus 50 años, y al ir recorriendo sus salas vamos encontrando la perenne representación de la muerte a través de la calavera, la cual, nosotros mexicanos, la asociamos de inmediato con la Calavera Garbancera, la creada por José Guadalupe Posada.

   Tenemos ya en el catálogo de los símbolos que identifican a México a uno muy claro y muy bien definido: la calavera. Así pues, en en ese orden de ideas, entramos al mencionado museo para ir retratando si no todas, la gran mayoría de calaveras que allí se exhiben. Claro es que el hacerlo por parte de INAH lleva intrínseco un estudio antropológico, pero no es lo que hoy capturo en este ejercicio sino, sencillamente, una muestra de que si de la cosa prehispánica se trata, está la calavera, si la virreinal, está la calavera, ni que decir con las honras que se han hecho montones de veces a los restos óseos y calaveras de los héroes nacionales. Recorro las vitrinas de ese, el mejor museo que tenemos en México y esto es lo que encuentro:























miércoles, 29 de octubre de 2014

Cementerios desaparecidos de la ciudad de México.

   Creo sale de sobra anotar (una vez más) la fascinación que despierta en mi la ciudad de México, más aun la parte del México Viejo, eso que conocemos ahora por Centro Histórico o Casco Antiguo. En esa parte que cada calle, cada plaza, cada esquina guarda una buena cantidad de historias encontré apenas el templo número 116; sorprendente de que en pocos kilómetros cuadrados exista tal cantidad de templos, todos ellos levantados en el periodo virreinal. Muchos, los más antiguos, son "nuevos" en el sentido que los primeros levantados se vinieron abajo por el hundimiento, los terremotos y las inundaciones. Al recordar que en esa época virreinal en la que el predominante en las mentes era la religión, sus usos y costumbres vemos que, si había tal cantidad de templos, había tal cantidad de cementerios, en el entendido de que cada iglesia, regularmente, tenía anexo uno, o el propio templo, en algunas partes de su interior, solían enterrarse algunos difuntos. Pero ocurrió aquella terrible epidemia, en la que hubo tal cantidad de muertos que fue necesario crear más cementerios. Este que ahora vemos fue El Caballete, otro más fue el de la Candelaria Macuitlapilco, uno más el del Campo Florido, otro, el de Santa Paula, todos ellos ya desaparecidos.

El Caballete.-

    "Llámase así a un amplio terreno eriazo que sirve hoy de muladar, y antes sirvió de camposanto. Está situado del lado de acá de la acequia que se conserva al lado sur de la ciudad, en lo más lejano del barrio de San Salvador el Verde. Triste es la historia de este lugar; fue un barrio de la parcialidad de San Juan, llamado Xiutenco o Xuhuitongo, regularmente poblado hasta fines del año de 1736 en que la desoladora epidemia de Matlazahuatl le acabó casi por completo. La epidemia continuó en los cuatro primeros meses del año siguiente, y no siendo ya bastante los templos ni sus cementerios para sepultar el crecido número de personas que diariamente morían, la autoridad civil, de acuerdo con la eclesiástica, determinó abrir cuatro camposantos en diversos rumbos de la ciudad, uno de ellos, éste; de suerte que en realidad, y sin hipérbole, la epidemia dejó convertido el barrio en camposanto.

    "El barrio de Xiutenco estaba sujeto en lo espiritual a la parroquia de San José de Naturales, y su cura ministro bendijo el camposanto, tan luego como dio la licencia para abrirle, el Juez Eclesiástico Ordinario, que era entonces el dignidad Maestre escuela de la Catedral, Dr. Francisco Rodríguez Navarijo, que fue en principios del año 1737. No se sepultaron allí únicamente los muertos de los barrios cercanos, sino otros muchos aun de lejos; mal llevada la cuenta, llegaron los enterrados a quinientos, pero sin duda fueron muchos más: murió en el curso de la epidemia el cura y se extraviaron sus papeles; pero aunque hubiera vivido, no había habido exactitud en sus apuntes: compensan unánimemente los historiadores contemporáneos, que la gran preocupación de espíritu por los estragos del mal, originaron desorden en los enterramientos, omisiones en los apuntes, y que los párvulos no se apuntaban. En este tiempo el barrio estaba cenagoso, cruzado por varias acequias que formaban isletas, y eran chinampas, de cuyo cultivo vivían los moradores de él. A medida que la laguna de Texcoco se fue retirando y elevándose la ciudad, este barrio se fue secando y endureciendo hasta llegar al estado en que se encuentra, estado que nos lo muestra el plano levantado en 1790. En este, y en desorden las contadas casucas que le formaban; en estos últimos ha vuelto a avecindarse regularizándose sus calles y plazas, que es la del Risco.

    "Concluido el barrio y perdido su nombre indígena, comenzó el público a llamar aquel despoblado El Caballete, tomando ese nombre de un paredón, que a manera de puente descansado sobre una viga, había atravesado sobre la grande acequia, que limita el barrio hacia el Sur, paredón alto que tenía forma de un caballete, para impedir que sobre él pasasen. Ha escapado a nuestra diligencia saber el tiempo en que este paredón fue hecho, y su destino; tal vez sirvió para marcar el límite de dos propiedades vecinas; ellos fue que existía y a cuando la epidemia; ello fue que existía ya cuando la epidemia del Matlazahuatl, puesto que desde entonces se dio su nombre al camposanto que en sus inmediaciones se formó. Posteriormente, en año 1782, cuando el Sr. Ladrón de Guevara dividió la ciudad en cuarteles, se sirvió de este paredón como término de la línea que separaba los cuarteles menores en diez, correspondientes, respectivamente, a los mayores dos y tres, porque este paredón ó caballete se encuentra en dirección de la calle de Necatitlán, con ligera desviación al Occidente". (1)

   En este mapa del 1737, elaborado por el maestro en el arte de la Arquitectura, hacemos un acercamiento a la parte sur oriente de la antigua ciudad de México, en donde se encontraba El Caballete.


Fuente:

1.- Marroquí, José María. La ciudad de México. Tomo II. Tip. y Lit. La Europea de J. Aguilar y Vera. México, 1900. pp.5-7.